“Los sentimientos de valor sólo pueden florecer en un ambiente donde se aprecien las diferencias individuales, se toleren los errores, donde la comunicación sea abierta y las reglas sean flexibles, el tipo de ambiente que se encuentra en una familia cariñosa.” (Virginia Satir)
Muchas veces habrás escuchado: “Mi hijo llorando, gritando o llamando la atención”, “Mi hijo nunca me hace caso cuando le hablo, no me escucha y hace lo que quiere. Hasta que no me enfado con él no me hace caso”, “Mi hijo no sabe estar tranquilo en casa”, “Mi hijo es muy invasivo o impulsivo”. Son frases que oímos a diario, donde “el problema” o el “síntoma” es el niño o la niña y su comportamiento, y en la mayoría de los casos tan solo son un reflejo de los progenitores o las dinámicas familiares. Vemos el resultado, pero no nos centramos en las causas.
Cuando nace un bebé, no solo llega una nueva vida al mundo, sino que también comienza la construcción de una nueva familia. Este periodo inicial es crucial para establecer las bases de un entorno familiar sano y armonioso. Hacer un trabajo familiar durante estos primeros años se vuelve indispensable, ya que permite a los nuevos padres construir un sistema de creencias y valores compartidos, que serán fundamentales para el buen funcionamiento de la familia.
Cada miembro de la pareja trae consigo un conjunto de creencias y expectativas formadas a lo largo de su vida y por su familia de origen. Estas creencias se desarrollan en función de cómo cada uno ha sido educado y las experiencias que ha ido sumando en su infancia y en su vida. Aunque muchas veces, como adultos, creamos nuevas ideas sobre cómo queremos educar a nuestros hijos, al convertirnos en padres, es fácil que, de manera inconsciente, caigamos en los mismos patrones y conductas que observamos en nuestros propios padres, incluso aquellos de los que alguna vez renegamos.
Por ello que es vital que la nueva familia trabaje junta para revisar estos sistemas de creencias y comportamientos heredados, consensuar y construir nuevos valores y prácticas que sean acordes a su realidad y necesidades actuales. Este proceso de construcción conjunta no solo fortalece el vínculo entre los padres, sino que también sienta las bases para una crianza coherente y un entorno de respeto mutuo.
Cuando los padres evitan este trabajo y no abordan las diferencias en sus creencias y expectativas, es común que surjan problemas y crisis dentro del sistema familiar con la llegada del bebé. Estos conflictos no resueltos pueden manifestarse a través del comportamiento del niño, quien sin quererlo, se convierte en el síntoma de los problemas no abordados entre los progenitores. En estos casos, los padres pueden interpretar que el niño es la fuente de los conflictos familiares, o es quién tiene el problema, sin darse cuenta de que el problema subyacente reside en sus propias diferencias, contradicciones propias y falta de consenso.
En lugar de asumir la responsabilidad y trabajar juntos para construir una base sólida para la nueva familia, los padres siguen sin abordar sus propios problemas y el hijo acaba siendo el foco de atención y consulta, conocido como “el hijo síntoma”.
Es fundamental que los progenitores reconozcan la importancia de construir un entorno familiar donde cada miembro se sienta valorado y escuchado. Trabajar en la construcción de una nueva realidad familiar basada en la responsabilidad de las partes, la consciencia, el consenso y la cooperación ayudará a prevenir conflictos y a asegurar una cohesión familiar.
En conclusión, los primeros años de vida de un bebé son un periodo crucial para establecer las bases de un sistema familiar sano. Es indispensable que los padres trabajen juntos para revisar y consensuar sus sistemas de creencias y valores, construyendo una nueva realidad familiar que favorezca el bienestar de todos sus miembros. Al hacerlo, no solo prevendrán la aparición de conflictos, sino que también asegurarán un entorno seguro para el niño, sin cargar con el peso de los problemas no resueltos entre sus progenitores para apoyar a las familias en momentos cruciales de su vida. El modelo sistémico nos proporciona una herramienta poderosa para entender y abordar las dinámicas familiares de manera integral, permitiendo intervenciones efectivas y sostenibles. Acompañar a las familias en este viaje es una labor enriquecedora que busca fortalecer los vínculos y promover el bienestar de todos sus miembros.